Atleti 1 - Mallorca 1Una celebración familiar me impide acercarme al Calderón. La casualidad quiere que me encuentre con un amigo que es casi un hermano. Se da la circunstancia de que nunca ha ido al fútbol y le propongo que me sustituya en el campo. JAIME MIRANDA, además, es escritor en sus ratos libres. El año pasado publicó su novela "No he venido aquí a hacer amigos" en la editorial Lengua de Trapo. Esta es su crónica:Primero de abril de dos mil siete.
Amenazan las aguas mil, amenaza la
eme treinta con hundirse y amenazan las hipotecas con subir. Un amigo me ofrece una oferta que no puedo rechazar.
Va a ser el primer partido de primera que vea en el campo, y ya lo dicen las buenas lenguas: los partidos en el campo, son otra cosa. Como dice
Sabina, ese poeta devoz de escofina en la que viaja mi adolescencia, "aquí me pongo a contar motivos de un sentimiento que no se puede explicar".
Que no soy futbolero, es algo que saben todos mis colegas, que han sufrido incluso en propia carne el furor de mis piernas más dotadas para la coz asnal que para el noble juego del balonpié. Sin embargo,
siempre he tenido el presentimiento de que, de convertirme en aficionado, no podría ser de otro equipo que el Atlético de Madrid. Y es que
ser del Atléti es algo más, es un concepto, tiene que ver con la resistencia numantina, con la fidelidad a toda costa, y muy probablemente, con el masoquismo. Hágaselo mirar, señor socio, hágaselo mirar.Mi primer partido de liga, y no encuentro quien se venga, probablemente porque ni lo busco. Un barrunto, como el que tuve el día que me fui a ver a
Guns and Roses, ha debido ser. Me planto en el estadio, no por primera vez, que a conciertos ya he pasado. Un tío con coleta me cachea. Tanto hacía que no me tocaban en según qué sitios, que casi me ha gustado. Vomitorio pa'rriba y tomo asiento. No tropiezo, y es raro, que más de veinte traspiés he visto, con dos transformaciones en hostia, palabra que dice el diccionarioque es malsonante, pero es que no puede sonar bien un vejete rebotando grada abajo.
Primero estoy solo. Veo a la mascota, y me pregunto que haría
John Wayne si levantara la cabeza. De banda sonora, una versión discotequera y machacona de
misión imposible. Muy acorde con el club. Por si no has venido avisado, debe ser. Nadie baila. Se sientan a mi lado izquierdo cuatro jóvenes
alicatados hasta las cejas de rojiblanco, que se resienten de la resaca adquirida en botellón nocturno cuando suenan las trompetas. Prometen dar juego. Al lado diestro, otro hincha solitario que acude ya mamao por lo que pueda pasar, come pipas y sorbe cerveza. La peña no para de moverse. El partido empieza y ni aún así dejan de cruzarse entre yo y el juego.
Nota preocupante: pasa una pelirroja de esas de culo como un melocotón, y ni los jovenes uniformados ni el de las pipas sep reocupan de echar una visual de rutina. Conclusión: el fútbol es malo para la superviviencia de la especie. Al principio, nada más comenzar, me refiero, el Atleti ni sale de su campo. Oígo voces que repiten, que menos mal que los del Mallorca son muy malos. Las escucharé amenudo.
Cuando bostezo por primera vez, el niño Torres cambia las tornas, hace magia con los pies y hace un gol que me pone a gritar junto al resto del personal. ¡Joder! Me quitaría el sombrero si lo llevase. Lástima que entonces empezase la procesion.
El que más ha tocado las pelotas ha sido el árbitro. Los jugadores del Mallorca se caían al suelo de manera espontánea, incluso si no eran parte de la jugada. Por cierto, que uno de ellos debe ser de Ibiza, porque parece sacadito de
Locomía, como si llevase hombreras y con su pelito largo. El nene de los de la grada de arriba se aburre, no es el único. Ya se encarga el del pito de que el juego sea un rollo. El resto de la primera parte da más pena que gloria. Es lo que hay.
Cuando arranca la segunda tarareo a
Glutamato yeye, aunque yo no soy socio ni tengo un hombre en mi nevera, pero es que le va bien la cancioncilla. Todo va mal. Uno, que después me entero de que se llama Arango, recibe un regalo en forma de balón, y lo desempaqueta con mala leche. Desde ahí, nada bueno. El único que no juega del campo es el que tiene todo el protagonismo. Hay malas artes y al menos una trapisonda. Mentamos a su madre. Juegan un poco. La volvemos a mentar. Juegan otro poco. Mentamos a su padre. Quedan unos quince minutos. Cae la lluvia y el estadio se vacía de gente antes de tiempo y se llena de decepción.
Luccin hace al colega partícipe de la opinión generalizada y ve una tarjeta roja. La proxima vez, que nos expulse a todos.