Se verán menos camisetas que si gana. Hoy que juega
España nos levantaremos como si no nos importase el mundial de Rusia. Hoy que
juega la selección española de fútbol diremos que no nos representa, que son
unos mantas, que hay dos brasileños y un italiano, que el entrenador no es tal
cosa ni lo fue nunca –pregunten a los carbayones-, que otra vez De Gea bajo
palos, que Iniesta no está para noventa minutos y que parece mentira que juegue
Carvajal, recién salido de la lesión, teniendo a Odriozola. Hoy que juega
España diremos otra vez que nos gusta más Uruguay, o Francia, o México,
cabrones. Pero insistiremos en que no está prohibido jugar con dos puntas, que
Iago Aspas es el acompañante perfecto para Diego Costa y que Diego Costa lo es
para el mago de Moaña, para el príncipe de las bateas, para el díscolo celtiña
que nos metió de taquito en los octavos aunque la prensa se quedase en el VAR.
“En la mesa y
en el juego se conoce al caballero” dice
el refranero español. Y también al trilero, añado yo.
Hoy, cuando haya jugado España, se entenderá todo
mejor. Porque si pierde no dejaremos de escuchar, leer y ver un amplificado y
egolátrico “ya lo decía yo”, en boca y letra de cada uno de los falsos
periodistas vendidos al click, la audiencia y la difusión. Canalizaremos
nuestras frustraciones, iras y pocas luces contra los futbolistas,
desmenuzándolos por cualquier gesto, por un error, por haber jugado, o por no. Le
caerá la del pulpo a Hierro y su selección. A Rubiales. A la señora de pelo
liso y a Celades por ser el apuntador. Habrá leña para todos –menos para el
mejor club interplanetario del mundo interestelar que desestabilizó al grupo
fichando al seleccionador. A esos, que generan marca y mueven euros, a esos no-.
Los que tenían la camiseta preparada en la parte alta del cajón la volverán a
enterrar en el fondo del armario. Se inventarán cualquier estupidez para justificar
como buena la eliminación. Contra Rusia. Con Cheryshev. Y nadie irá con España,
con el equipo perdedor.
Hoy, cuando haya jugado España, se entenderá todo
mejor. Porque si gana veremos cómo el país entero se cura de sus males, olvida
sus penas y demuestra –una vez más- que el fútbol es la mejor medicina social. El
españolito medio se apuntará a caballo ganador, como si lo que es, como un
seguidor circunstancial de una causa provisional. Donde lo único que interesa
es ganar. Y se llenarán las calles de gente haciendo el ridículo sin pudor, enfundados
–ahora sí- en sus camisetas rojas. Aunque no sepan muy bien lo que es un fuera
de juego. Ni falta que les hace. Aunque se pasen el año y la vida quejándose
del fútbol, de sus seguidores, de que somos unos pesados y de que cómo es
posible que tú, siendo tan inteligente, te vuelvas con tu equipo tan
irracional. Aunque pierda.
Hoy, que juegan las dos Españas, toca aguantar el
chaparrón. Y los que somos muy de fútbol –y poco de selección- asistiremos con
vergüenza ajena a la lapidación y crucifixión del combinado nacional o a su
enésima exaltación y encumbramiento sin control. Dicho lo cual, ¡Arriba
España!, aunque a los viejos rojos de La Roja, les suene fatal.