Atleti 2 - Almería 2
Ayer el día comenzaba con problemas. Los de la cárcel de Valdemoro no acababan de darnos el permiso para grabar al día siguiente (o sea, hoy). Mi jefe sufría un pinzamiento y me comunicaba que debía suplirle en el viaje a Madagascar, que fuera preparando la maleta porque el sábado volaba a la inmensa isla roja africana. Mi mujer seguía con un catarro que se suma a los cinco meses de gestación y mi padre andaba con un tobillo metido en hielo para aliviar un golpe en la pierna... vamos, un día complicado.
A todo esto me llama mi hermano el pequeño y me dice que no se puede pasar a recogerme en la moto porque se le ha roto el casco y, para colmo, se ha cargado un grifo de su casa y está que echa pestes por los cuatro costados.
Al final, cojo mi coche y me encuentro en el campo con mi hermano (el del casco y el grifo roto); mi otro hermano, y su hijo -o sea, mi sobrino- con la mochila repleta de bocatas de tortilla de patata cocinada expresamente por nuestra madre -y abuela- para el partido contra el Almería. "Si no vemos fútbol, al menos cenamos bien", pensamos los cuatro previendo lo que se nos venía encima.
Sin nervio
Cuando en tu propio campo el equipo rival comienza acosándote y haciéndote un par de ocasiones de gol... la cosa es para cabrearse. Incluso más que si el propio Forlán falla un penalti que él mismo se fabricó tirando de experiencia. Al equipo le falta nervio, un poco de ambición, creerse que son capaces de comerse a cualquiera, salir con ganas de morder al contrario, de comerse el campo, de acogotar al contrario. Nada de eso. Todos los equipos que vienen al Calderón lo hacen sabiendo que se nos pueden merendar, sin miedo, sin complejos, con los tres puntos casi seguros. De hecho, ayer el Almería se dejó dos en el Manzanares porque no acababan de creer que fuera tan sencillo.
Con nervios
El portero, por falta de partidos y los cinco del Nou Camp, salió con nervios. Hasta dejó salir un balón fuera cuando lo normal era cogerlo y espolear al equipo sin perder tiempo. Y eso que le aplaudimos.
La defensa como un flan. Unos mirándose a otros. Todos pendientes de no ser ellos los que cometan el error, quitándose la responsabilidad de encima alejándose de la jugada del peligro contrario. Con una oreja puesta en la grada y sin dejar de mirar al banquillo para ver si hay gestos de aprobación.
El centro del campo absolutamente desquiciado, tembloroso, sin nadie que se atreva a echarse el equipo a las costillas, con pases de medio metro, con quítame de aquí este marrón que yo no he sido. Con las bandas metidas en el círculo central y haciendo un esfuerzo por correr con las piernas completamente rígidas y el cerebro agarrotado.
Los delanteros tirando desde cualquier sitio o regateando hasta la extenuación. Sin ideas, sin remate rápido. Abducidos por una histeria invisible que, al final, se contagia a la grada (y viceversa).
"Mala racha"
El ladrón con sentencia firme por apropiación indebida que preside el club, Cerezo, dijo que era una mala racha. Menos mal. El día del Barsa era "mala suerte". No sé si sabrá o no de fútbol el ínclito elemento, de lo que sí sabe es de echarle morro a la vida... y ahí está, tan pancho, con el Atleti que se ha quedado para su uso particular y vendiéndonos motos todos los días.
Lo de Valencia espero que no lo defina como "unos errores puntuales". En fin.
Yo no me resigno. Sigo creyendo en el equipo. Y aunque no ganemos un partido, ahí estaré para animar y tratar de sacar esto adelante. Bueno, estaré en la distancia. El sábado, después del partido contra el Valencia me piro a Madagascar medio mes. Seguiré desde allí, con mi camiseta y mi corazón rojiblanco, la recuperación de los nuestros.
Aupa Atleti.