Getafe 3 - Atleti 2
Me voy a la República Centroafricana. Estaré dos semanas grabando el trabajo de los misioneros, voluntarios y cooperantes españoles en un país desconocido del continente negro que tiene una extensión igual a la de Francia y apenas cuatro millones de habitantes. Un país que ocupa el quinto lugar por la cola en el Indice de Desarrollo Humano (IDH) y donde las conexiones a internet son una quimera. Agradecidos estaremos si en los lugares que visitamos tenemos agua y luz. Y cuando regrese, al día siguiente, me voy a Tailandia, a grabar el trabajo de otros héroes anónimos en la frontera con Myanmar y en el gran basurero de Nakon Sawan. Una semana. En total voy a estar todo un mes fuera sin ver al Atleti (o lo que queda de él).
Estoy preparando la maleta con el recuerdo de la humillación aberrante y sinsentido del domingo por la noche en el desangelado coliseo de Ángel Torres. No sé si meter -como hago habitualmente- los enseres rojiblancos (camisetas y gorras). Me dan ganas de "borrarme" y no volver a saber nada del equipo. Y pienso en un amigo que me soltaba una gran verdad cuando le contaba lo del viaje: "Cuidadito, Santi, que igual te tiras un mes sin móvil y sin internet y te das cuenta que eres más feliz". Pues eso, a ver si cuando vuelva de repente me doy cuenta que sin el Atleti soy muchísimo más feliz y dejo de llenarles los bolsillos al dúo prescrito y a su agencia de jugadores disfrazada con el escudo de lo que fue mi Atleti. Aunque me temo que no.
Uno, que se ha recorrido el mundo de izquierda a derecha y de arriba abajo, sabe que le faltará tiempo para preguntar a los niños si conocen al Atleti. Y también sé que cuando dos pitidos me alerten de un rayito de cobertura, me faltará tiempo para llamar a casa y preguntar por mi mujer, mi hija... y el Atleti. Lo sé. No tengo remedio. Lo mismo que sé que el día que juegue el Atleti contra el Levante, contra el Madrid, contra el Celtic, me pondré la rojiblanca y trabajaré por esos pueblos de Dios con ella puesta para recordar a los míos y apoyarles en la distancia. Es un rito. Un impulso irrefrenable. El mismo que me lleva a mirar las fotos de las personas que amo cada noche antes de dormir bajo la mosquitera, después de repasar las imágenes grabadas durante toda la jornada de trabajo.
Y me dolerá hasta rompérseme el corazón cuando el Atleti pierda contra el colista, contra díez, tocando y tocando sin profundidad, sin garra, sin derrochar ese coraje y corazón que se ha quedado en un himno que ninguno de los jugadores que militan en la agencia del dúo prescrito tienen intención de conocer, aprender y hacer realidad en el terreno de juego.
Y me volverá a doler cuando el Madrid vuelva a humillarnos un año más (y van tantos que casi no debería importarme). Y la prensa y el duo prescrito (que vienen a ser lo mismo) dirán que el Madrid no es rival del Atleti. Que está en otra liga, que nosotros somos un club mediocre que deberíamos darnos con un canto en los dientes por estar jugando la Europalí de los cojones. Y entonces me reconcomeré por dentro, apretaré los puños con rabia y me cagaré en Gil, en su familia, en Cerezo, en sus muertos, en lo aborregados que estamos los socios, en la morfina que nos suministran poco a poco a través de los medios de comunicación y en lo conformistas, mediocres, grises y tristes que nos hemos vuelto. Hoy no importa que nuestro Atleti empate contra el colista jugando con diez, mucho menos que el Madrid nos meta tres, cuatro o seis goles. Han conseguido que la afición asimile, disculpe y entienda lo que jamás de los jamases había pasado en lo que otrora fuera un CLUB DE FÚTBOL.
Como ya decía, supongo que no entraré para comentar ningún partido (presumo que me será imposible verlos en la selva centroafricana, entre pigmeos, minas de diamantes teñidos de sangre y campos de refugiados congoleños). Supongo que a mi regreso las cosas seguirán igual que durante los últimos 24 años. Que los delincuentes que robaron el club (o se lo apropiaron indebidamente, según la sentencia del juez) continuarán enriqueciéndose bajo el paraguas rojiblanco, que los socios continuaremos engañados en este sinsentido, que el equipo dará una de cal y tres de arena, que habrá otro entrenador o alguno que quiera venir (tarea que se antoja cada vez más complicada), que seguiremos recordando nuestro pasado y destrozando nuestro futuro sin un presente decente... Quizá el único cambio en el país cuando regrese el próximo 3 de diciembre sea que tenemos un nuevo presidente del Gobierno que hará exactamente lo mismo que el que teníamos. O sea, nada. O sea, más de lo mismo. O sea, cambiar el perro con el mismo collar.
Y, ya digo. Después del bochorno de Getafe no pasará absolutamente nada. La SAD ya ha confirmado en su puesto a Manzano (hábil manera de ponerle en el disparadero y hacerle objeto de todas las críticas para desviar la atención del verdadero cáncer atlético). Esto, a la vez, significa que tiene más papeletas para que le den la patada. Y por último, como dice el bueno de Tomi Soprano, tras el parón de la Liga, cuando el Calderón se vuelva a llenar para ver al Levante, el público no recibirá al equipo con una pitada que reviente los cristales de las cuatro torres que levantó el Madrid para sanear sus arcas. La afición no estará cantando durante 90 minutos el "diles que se vayan", el "Gil, cabrón, fuera del Calderón", el "estamos hasta los huevos de la familia Gil"... Y aunque así fuera (que no será), los periodistas y los medios no dirán ni media palabra sobre el asunto al día siguiente. Misterios insondables.
Lo dicho. Hasta la vuelta.
Un abrazo rojiblanco (de los de antes).