miércoles, 19 de febrero de 2020

El secreto está en la grada

Saúl celebra con el equipo y con la grada -sin móviles para la foto "pipera"- el gol marcado en el minuto 4 de partido.

"Mucha gente nos quiere matar, pero los atléticos estamos en las buenas y en las malas", este fue el segundo gol que marcó Saúl. El primero lo anotó nada más empezar el partido, a los cuatro minutos, en un balón suelto en el área pequeña que empuja para abrocharlo a la red. El segundo lo hizo frente a los micrófonos de los periodistas, nada más acabar el partido, con la verdad saliéndole del corazón tras los 90 minutos aguantando al mejor equipo de Europa, ese que es el actual campeón de la Champions, el que le saca 25 puntos al segundo en la liga inglesa, en la Premier; el que llevaba nueve partidos sin encajar un gol y más de un año sin perder. El Liverpool de Klopp.

"A mí me veréis en la grada del estadio, animando a mi equipo", soltó Fernando Torres en la previa para dejar muy claro que él es del Atleti -aunque los de casa sabemos que él es el Atleti-. Y con él, otros 50.000 atléticos de los de verdad, unimos nuestras gargantas para llevar a los de rojo y blanco a una noche inolvidable que sirvió para dejar mudos a los que vaticinaban entre cinco y diez goles en contra. Los mismos que llevan ocho años queriendo descabalgar al Cholo para que no desestabilice el duopolio de la industria futbolística en nuestro país.

Ayer había 3.500 aficionados del Liverpool en el Metropolitano. Intentaron cantar pero apenas se les oía. Ayer había 50.000 hermanos en la grada que se olvidaron de los 13.500 vips que parten en dos nuestra afición con los palcos de empresa, los palcos de la experiencia Neptuno, los palcos de autoridades, los palcos de invitados, los palcos de la madre que parió a los que van a mirarnos y no a apoyar a los nuestros (y a los que lo permiten). Los 50.000, espoleados por los de siempre, los que nunca fallan, la grada de animación más grande de Europa, los jóvenes del Frente Atlético que cantan bajo la lluvia sin chubasquero, en las buenas y en las malas, aquí y donde haga falta, porque viven y sienten el Atleti con una intensidad y una pasión que no necesita el beneplácito de los dueños ni el impostado postureo de falsos e interesados amores por los colores.

Empezaba el partido a las siete de la tarde cortando la Avenida de Arcentales para recibir con banderas y bengalas (no fire, no party) al autobús de los nuestros. Pelos como escarpias. Seguía con la entrada de la afición para preparar el tifo o mosaico con el que recibiríamos a los jugadores. Ya en el calentamiento del Liverpool la pitada fue tan sonora que los ingleses se dieron cuenta de que no lo iban a pasar bien, que aquello no era lo mismo que cuando vinieron de fiesta a jugar una final contra los de Pochetino. Allí estaban los seguidores del Atleti. Los de verdad. Los que aman a su equipo por encima -incluso- del Cholo (lo mejor que nos ha pasado en 116 años de historia).

La salida del Atleti al campo fue gloriosa, como el equipo. Tifo y mosaico apoyado por el club desde megafonía y -oh sorpresa- acaba lo que estaba organizado y la afición que arranca de nuevo con el himno a capela. Más fuerte aún que la megafonía con la musiquita de la Liga de Champiñones. Se veía que aquello iba en serio.

Arranca el partido y el estadio en pie con un interminable Atleeeeeti, Atleeeeeti, Atleeeeti bufandas en alto. Y gol. La hecatombe. Hasta el sexagenario matrimonio londinense que me sentaron al lado se abrazó con la "familia" del sector 237. Espectacular.

Luego vino la exhibición táctica del Cholo. El grandísimo juego del Liverpool avanzando como una tricotadora desde atrás, pasando en horizontal, muy juntitos y ocupando todo el ancho del campo hasta alcanzar el área de los nuestros  para intentarlo sin éxito una y otra vez. Soberbios nuestros laterales en defensa. Lodi, incluso en ataque. Y lo de Felipe. Madre mía de mi vida. Dejó seco a Salah. Ni un tiro a puerta en los primeros 45 minutos y la segunda amarilla perdonada a Mané en un despropósito arbitral unos segundos antes de enfilar el túnel de vestuarios.

La segunda parte, atacando el Atleti contra el fondo sur fue un auténtico festival. Salió Marcos Llorente en un estado de forma alucinante. Luego vino el cambio de Correa que se vació y jugó otro gran partido saliendo del campo con una de las mayores ovaciones que se ha llevado en sus años de rojiblanco. Y por último, la entrada de Costa el esperado. Nuestro rantamplán. Casi se cae el estadio.

Antes Morata tuvo el 2-0 en una ocasión clarísima que lanzó por encima del larguero tras resbalarse cuando recibe dentro del área solo ante el portero. Pero da igual. Había que estar allí. Es uno de los nuestros. Sabe que todo nos cuesta el doble, que no va a bajar los brazos por ello. Y otra vez la grada, enorme, animando a Álvaro como antes lo había hecho tras el fallo garrafal en el despeje de Oblak.

"Si animáramos así todos los partidos que quedan de la temporada, nos llevábamos la Liga", sentencia mi hermano con la sabiduría del que lleva más de medio siglo disfrutando, sufriendo, llorando y riendo por tener el Atleti metido muy dentro. Y yo pienso lo mismo.

Queda la vuelta en Anfield. Pero ahora hay que pensar en el Villarreal y, sobre todo, recordarles a los cérvidos patrios y periodistas varios, que somos el Atleti y que, parafraseando a Neruda: "Me gusta cuando callas porque estás como ausente".

Forza Atleti, oé.

Aúpa Atleti. Siempre.