Previa temporada 2017-18
A medida que cumplimos años, sin quererlo, vamos
cultivando una mayor resistencia a los cambios. Pero es que, a medida que vamos
viajando, leyendo y adquiriendo experiencia, vamos afianzando una mayor
intolerancia a la gilipollez, al postureo y a lo innecesario. Es como si la
anglosajona filosofía de fray Guillermo de Ockham se apoderase de nuestra alma,
de nuestra forma de vida. Y sacamos la navaja a quien haga falta, donde haga
falta.
Por ejemplo, imagínense a unos aficionados al fútbol
que forman parte como seguidores de un equipo centenario y glorioso donde se
les sigue llamando socios aunque sólo sean clientes. Por un momento párense a
pensar en estos miles de seres indefensos ante los dueños del que fuera su
club. Y que, de repente, sin preguntarles qué les parece; sin siquiera
disimular para seguir con el cuento de la mejor afición del mundo y tal y tal
cogen y les cambian su emblema. Sí, su escudo. Parece increíble, pero no lo es.
Y no se quedan aquí sino que aprovechando el revuelo y el desconcierto entre
los aficionados ciegamente enamorados de sus colores aprovechan para cambiar la
ubicación de los partidos de su equipo. Sí, otra vez sin preguntar. Y no
contentos con cambiar de escudo, con cambiar de estadio, deciden estrenar una
nueva equipación sin presentarla previamente. Porque no necesitan socios, ni
aficionados, ellos sólo quieren clientes. Gente encantada con lo nuevo. Con el
nuevo logotipo que sustituye a un escudo que no se había tocado desde 1947 (verexplicación de Los 50); con el nuevo estadio que sustituye a uno inaugurado en
1966 y en el que no se ha invertido un euro en los últimos años para incomodar
al aficionado y convencerle de la necesidad de un cambio innecesario; con la
nueva equipación donde las rayas verticales se ensucian con otras diagonales
sin otro sentido que el de contentar a esos clientes consumistas encantados con
lo nuevo, con el cambio, con lo diferente. A todos esos que ignoran los 114
años de historia del Atlético de Madrid, el significado de un emblema que no se
pisa, que no se toca; el valor de las rayas rojas y blancas, el haber
pertenecido a un club en el que se participaba en la toma de decisiones
importantes, donde se elegía a los dirigentes, donde se podían pedir
explicaciones, donde las voces críticas no se censuraba en el campo ni en los
medios de comunicación controlados por dios sabe qué turbios negocios.
Y sí, estoy cabreado. Aunque el logo nuevo me acabe
gustando, aunque el estadio nuevo me sea más cómodo, aunque ganemos la
Champions con la nueva camiseta de absurdas rayas diagonales.
Estoy cabreado porque hace años que cumplí los
cuarenta, porque hay gilipolleces que no tengo por qué aguantar. Porque el
Atleti es como tu pareja, lo amas pase lo que pase. En la salud y en la
enfermedad, levantando trofeos o bajando a Segunda. Yo diría que más. De pareja
se puede cambiar, de equipo –aunque sus dueños ilegítimos nos maltraten- no nos
podemos quitar.
Espero que alguien (la Federación Española de
Fútbol, el Consejo Superior de Deportes, el Ministerio de la cosa o quien sea y
pueda) entre algún día de oficio para defender a los aficionados maltratados
por las sociedades anónimas en las que travistieron al club de sus amores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario