martes, 31 de mayo de 2016

La UEFA maltrata a los atléticos en Milán


He esperado unos días. Necesitaba ver las cosas con perspectiva, que se enfriara la milanesa final que acabó truncando uno de los sueños más bonitos en los que he participado con mi equipo. Y desde que llegó el Cholo, ya van unos cuantos. Gracias. Eso ya no nos lo quita nadie. El orgullo de pertenecer a la afición del Atleti y el agradecimiento a unos jugadores y un cuerpo técnico que nos están haciendo vivir los mejores años de nuestra historia. Lástima que los delincuentes del palco no acompañen.

Ya se ha dicho casi todo de la final. He repasado cada jugada mil veces en la memoria desde que Juanfran tirase al palo nuestro último penalti. No voy a repetir lo que todo el mundo vio: un gol en fuera de juego, un penalti no pitado, dos expulsiones perdonadas, un penalti fallado, unos cambios que no llegaron, una prórroga de trámite y una tanda de penaltis más cruel de lo normal. En fin. Otra vez. El Atleti. La vida.

Decía que se ha dicho casi todo de la final, pero no. Apenas se ha hablado del árbitro, apenas se ha hablado del reparto de entradas, nada se ha dicho del maltrato a los aficionados atléticos por parte de la UEFA. Y como yo no soy Cerezo ni Gil Marín, como a mí el Atleti no me reporta ingresos sino gastos, como no debo nada a nadie y soy dueño de mis euros y de mis pasiones, pues lo voy a contar.

El párking
Llegamos a Milán después de un vuelo estupendo y rápido. Apenas una hora y media de avión. Muy bien. Pero no. El aeropuerto no era el de Milán, era Malpensa. Sí, pertenece a Milán, pero está a una hora de autobús. Tal cual. Bueno, paciencia. Lo importante es que vamos bien de tiempo y que hace un sol estupendo. Llega el autobús al párking establecido por la UEFA para los autobuses del Atlético de Madrid. A7 es nuestra sección. Nos dicen que para llegar al estadio hay que andar un poco en línea recta. Es un descampado. La humedad ronda el 80 por ciento, el sol cae a plomo, 27 grados en el norte de Italia y sin comer. Casi una hora caminando. El autobús nos dejó a cinco kilómetros de San Siro. Y lo que es peor, cuando acabara el partido, había que volver hasta allí. Otra hora tras el partido. De noche, sin luz, por el descampado. No se les ocurrió poner unas lanzaderas, no. Ni pensar en los ancianos, en los niños, en los que tienen problemas para caminar tanto. De pena.

La fan zone
Llegamos a San Siro y allí no había nada. Dos puestos de perritos calientes y cerveza en vaso de plástico, no demasiado fría, a cinco euros. El agua, con gas y del tiempo. En fin, parecía que nos había mirado un tuerto. La zona es residencial y apenas hay bares, restaurantes o locales en los que poder comer de plato. Un policía nos recomienda que compremos bocadillos en una gasolinera cercana, o que nos acerquemos a un Mc Donald's que parece estar a otra tiradita. Sacamos nuestros bocatas y comemos bajo la sombra de un árbol antes de que dieran las tres de la tarde. Decidimos pillar el metro para ir al centro y tomar un café. Lo mejor del día. En la parada de Gerusalem salimos y no había camisetas de ningún tipo. Era Milán en estado puro. Un mercadillo de barrio, la gente paseando y sonrisas a nuestro paso. Me llama el biógrafo de Godín y me dice que está en la fan zone, que nos acerquemos hasta allí, que hay un ambientazo. Poco antes había llamado a mi hermano la presidenta de la Peña Atlética de Villaverde, nuestra vecina de asiento Loli, para avisarnos de que no se cabía en el centro y que sería difícil encontrarnos. Pero como somos así, nos fuimos a la fan zone. Allí había una pantalla gigante y miles de atléticos con sus banderolas y pancartas haciendo botellón en la plaza de la Estación Central. Eran las cuatro y media. A las cinco dieron un aviso por megafonía y cortaron audio y vídeo. Órdenes de la UEFA. Nos quedamos un rato. Apuramos el whisky caliente con una Coca-cola medio fría. Sin hielos. Todo parecía torcerse. La UEFA se me estaba atragantando.

La grada
Mi hermano y yo pagamos por una entrada 160 euros cada uno. No eran las más baratas -que se habían agotado- pero tampoco las más caras. El precio es una auténtica salvajada para unos aficionados que siguen a su equipo y le ven en el estadio durante todo el año, desde hace muchos años. Pero como estamos enamorados del Atleti y nos ciega la pasión, pues nada, contentísimos porque, otra vez, volvíamos a una final de Champions desembolsando una cantidad desorbitada por ver un partido de fútbol. Lo increíble del caso es que en el fondo ocupado por los 19.000 aficionados del Atlético de Madrid en San Siro también había madridistas. Me resulta difícil entender que un socio del Atleti venda sus localidades para una final de Champions -cada uno tendrá sus razones y sus necesidades- pero me resulta más increíble aún que haya gente del otro equipo de la ciudad que quiera ver el partido en la grada de la afición contraria.

El reparto de entradas de la UEFA para estos compromisos es absurdo y va contra el fútbol. En el obsoleto y vertical estadio de San Siro, con capacidad para 81.000 espectadores, el Real Madrid y el Atleti sólo pudieron vender a sus aficionados 38.000 localidades. El resto, es decir, 43.000, o sea, más de la mitad del estadio, eran para compromisos de la UEFA. ¿Esto qué significa? Pues que hay gente a la que el fútbol le importa lo mismo que a mí el ballet clásico ruso pero que tienen dinero o contactos y se te plantan en toda una final de la Champions para hacerse fotos y pasarse el partido viendo el móvil. Eso sí, con la camiseta del equipo favorito, del que más seguidores tiene en el mundo y del que se ha convertido en cómplice involuntario -o no tanto- de los desmanes de la UEFA. Conclusión: 20:000 camisetas del Atleti dejándose la voz contra 60.000 camisetas del Madrid enviando wasás y haciéndose selfies en todos los idiomas.

Los himnos
Antes del partido sale una tipa a cantar. Aún no sé con qué motivo, aunque intuyo que tendrá que ver con los patrocinadores, con la publicidad, con el dinero, con los miles de personas -forradas de pasta o con contactos en la mafia- que quieren vivir una experiencia televisiva en la que, además, dos equipos juegan al fútbol. Luego cantó el himno de la Champions otro cantante a todo volumen para que no se oyeran nuestros silbidos. Después de una coreografía con cientos de niños y telas brillantes para arriba y para abajo, pinchan el himno de los vikingos en versión ópera. Y cuando acaba y todos pensamos que van a poner el nuestro para dejarnos la voz cantando más fuerte que la megafonía, van y nos cascan una canción de La Mosca. Una versión del "Muchachos" que en la vida ha sonado en el Calderón. Nos miramos perplejos y comentamos casi al unísono: "Ahora pondrán el himno ¿no?" Pues no.

Los videomarcadores
Tiene San Siro dos videomarcadores gigantescos. Uno en cada banda (curiosamente no están en los fondos). Durante la previa dos presentadores, uno por equipo, entrevistaban a algunos aficionados y trataban de animar artificiosamente lo que ya de por sí estaba animado. En nuestro caso, bastante encabronados, aunque con los nervios propios del momento y la esperanza fresca e intacta de que este año tocaba.
Empieza el partido y cuando marca Sergio Ramos en fuera de juego todos protestamos. El videomarcador echa el gol cuatro o cinco veces. Ninguna toma es lateral. Imposible comprobar si está o no en posición antirreglamentaria. Sólo se ve el golpeo final. De traca.
A medida que se va desarrollando el encuentro van repitiendo las ocasiones de gol sin entrar en ninguna jugada polémica. La descarada mano de Sergio Ramos que todos vimos en San Siro, tampoco se repitió en los videomarcadores. Nada de nada. Y uno no dejaba de preguntarse desde la grada por qué la UEFA, tan aficionada a las televisiones, a la pasta, no incluye de una vez por todas el ojo de halcón, el árbitro con monitor y se deja de jueces de área que parecen de cartón piedra y no ven un tapón dentro del área, de jueces de línea que no ven un claro fuera de juego estando en una posición inmejorable. Y se te pone una mala leche...
En la prórroga, y para evitar no sé sabe muy bien qué, suprimieron el reloj del videomarcador. Así el árbitro tenía barra libre para alargar, acortar o hacer lo que le viniera en gana sin que los aficionados que estábamos en el estadio tuviéramos una referencia temporal. En su madre y en sus muertos.

El mejor jugador
Al acabar el partido anuncian que el mejor jugador del encuentro ha sido Sergio Ramos. Y se olvidan del partidazo de Casemiro y de Carrasco. La UEFA premia al capitán del Madrid que ha marcado un gol antirreglamentario y ha cometido una infracción dentro del área que el árbitro no ha señalado. Es una alegoría perfecta del partido. La organización galardona y señala al tramposo, al que ha burlado la ley. Es una absoluta metáfora de la impunidad y el abuso. Como premiar al maltratador y condenar a la maltratada por no haberse defendido con sus mismas malas artes. Que quede claro que el futbolista no tiene ninguna culpa en ser premiado. Es más, Sergio Ramos se ganó mi admiración y respeto con un gesto que vale más que todas las Copas de Europa: fue uno a uno saludando y consolando a sus compañeros de profesión y rivales, a los héroes del Atleti que, en nuestro fondo, lloraban desconsolados y nos pedían perdón por no haber ganado.

La desgracia que no fue
Cuando marcó el penalti el ser que hace girar el universo, mi hermano y yo pusimos rumbo al autobús. Sabíamos que nos quedaba una hora de caminata, una hora de bus y la espera en el aeropuerto con los retrasos propios de la saturación del tráfico aéreo. La masa rojiblanca empujaba de un lado diciendo que desde una torre les habían mandado a la otra. Y viceversa. La corriente humana de la otra torre venía en dirección contraria con el mismo argumento. Pensé en Heysel. Juro que me acojoné. Decidimos subir otra vez las escaleras y meternos en uno de los bares del estadio. Por cierto, no tenían agua fría ni agua sin gas. De risa. Alcanzamos otra salida y, cuando estábamos bajando dando vueltas y más vueltas a una torre sin escaleras oímos gritos desesperados. Los vigilantes de la UEFA, los del peto amarillo, impedían que los aficionados del Atleti salieran por varias puertas. Estaban generando un tapón humano que acojonaba. Nos quedamos mirando. Comenzamos a silbar y a gritar. Fueron unos minutos de mal rato. Al final la cordura se apoderó de los esbirros de la mafia y abrieron paso a una multitud desolada que sólo pensaba en llegar a casa después de la derrota más cruel jamás imaginada.

El año que viene, Cardiff
La pasión no tiene límites. El maltrato ya se nos ha olvidado. Ahora los rojiblancos sólo pensamos en en que los delincuentes del palco le hagan al Cholo un contrato vitalicio (o en que los metan en la cárcel de una santa vez, como al del Sevilla), en que la temporada que viene no vendan a los que más y mejor han rendido en esta, en que podamos seguir conociendo Europa, en que no dejemos de competir, en seguir soñando.
Me temo que después de contestar la encuesta que la UEFA me envió ayer a mi correo electrónico, no me dejarán entrar en la capital galesa.
Y mientras tanto, los mafiosos de la UEFA con la complicidad de los directivos de los equipos de fútbol, seguirán explotando el negocio olvidándose de los aficionados. Y nosotros, aunque nos quejemos, continuaremos pasando por el aro. Porque el corazón no tiene ojos, porque el amor es ciego, porque somos una presa fácil para unos tipos que han encontrado en los forofos futboleros una mina inacabable para forrarse el riñón a costa de los nuestros. Los muy hijos de puta (ya en frío).


domingo, 1 de mayo de 2016

Resaca y tres puntos

 

Atleti 1 - Rayo 0

Nada era lo que parecía. Pero coló. El campo estaba lleno aunque no éramos los de siempre. Mucho niño, mucha gente con ganas de disfrutar del sol y el buen tiempo, hasta yo mismo me llevé a un grupo de padres amigos en vísperas del día de las madres. Éramos tres indios, un vikingo del Rayo y un tocayo del Barça que nunca había estado en nuestro estadio. Como en los chistes de antes. 
El Cholo estaba en la grada y el Mono -en el césped- hacía de Cholo, con traje negro y todo. Parecía pero no. Los once del Atleti iban de rojo y blanco, salían para defender el Choliderato, pero siete no eran habituales. Parecían los que habían eliminado al Barca en Champions, los que habían ganado al Bayern el martes, pero no. 
Y el Rayo, y Jémez, no se dieron cuenta a tiempo. Terminó la primera parte entre bostezos de cerocerismo y con preocupación entre los pocos habituales de la grada. Parecía que los de Vallecas nos iban a apartar de la Liga, pero no. 
El Cholo deja en la caseta a Gabi y saca desde el vestuario a Koke para iniciar la segunda mitad. A los Diez minutos y viendo que todo sigue igual, Cholocambio al canto: Torres y Griezmann por Vietto y Oliver. Dicho y hecho. Balón largo de Koke para Torres que arrastra a los centrales obligándoles a un rechace suelto que Griezmann se encarga de rematar al fondo de la red. Gol. Tres puntos. Se acabó.
Y el tocayo del Barça, que estaba encantado en su primera visita al Calderón, en el día del cumpleaños de su santa, va y graba sin pensarlo los únicos 30 segundos de alegría en una tarde de poco fútbol y mucha Liga. Una tarde en que nada era lo que parecía. Una tarde de resaca con la cabeza puesta en Múnich. Una tarde soleada de primavera, de esas en las que, aunque no lo parezca, se ganan tres puntos que pueden valer una Liga. 
Iré preparado a la selva amazónica para celebrarla como indio entre los indios. Espero volver con la Liga ganada y la entrada para la final de Milán ya sacada. 
Si el wifi llega a la Amazonia peruana podré contaros cómo me perdí en un avión el partido contra el Bayern en el Salchicha Arena, y como me desesperé buscando una televisión en la selva para seguir lo de Levante y el final de Liga contra el Celta en el Calderón. 
Ojalá pueda verlo y vivirlo todo. Aunque sea a tanta distancia. Entonces la celebración será apoteósica y digna de una colosal resaca.