viernes, 27 de abril de 2012

María (2010) y Lucía (2012). Nacer y ganar


El año 2010 empezó con lo mejor que me había pasado en mi vida. Nació mi hija María. Mitad madrileña, mitad bilbaína, pero del Atleti desde el momento de su concepción y con carné de socia desde que nació. A María le cantaba yo el himno del Atleti las madrugadas de cólicos y dolores de oídos. Cuando sólo tenía tres meses, nuestro equipo ganó la primera edición de la UEFA Europa League en Hamburgo contra el Fulham inglés. En aquella ocasión no pude viajar. Vimos todos juntos el partido en casa de su madrina, también atlética y socia como nosotros. Y con sus tíos, y con sus primos. Todos del Atleti. Y lo celebramos con muchos cánticos y abrazos. Nos hicimos fotos. Lloramos de alegría. Y hasta María mejoró y pudimos ir a Barcelona a disputar la final de la Copa del Rey que se llevó el Sevilla y ganamos nosotros. Y hasta nos convertimos, este mismo año en que nació mi primera hija, en Supercampeones de Europa al ganar al Inter de Milán con un 2-0 rotundo en el estadio monegasco. 

Ahora, en 2012, María está esperando el nacimiento de su hermana Lucía. Vendrá dentro de tres meses. Después de que nuestro Atleti, su Atleti, juegue otra vez la final de la UEFA Europa League frente al equipo de sus tíos y primos de Bilbao, el Athletic, el hermano mayor de nuestro Atleti. Será en Bucarest, la capital de Rumanía, el próximo 9 de mayo. Unos días antes de que yo tenga que partir hacia el Amazonas brasileño. Con la suerte de que el viaje trasatlántico, previsto en principio para el 6 de mayo, se retrasó por causas externas hasta el 14. Ahora sólo falta que nos lleguen las entradas. Después, la fiesta rojiblanca. El éxtasis del fútbol. El triunfo de la vida, del Atleti, de mis hijas.

Platini y los malandrines mafiosos de la cosa ejecutiva y burocrática del negocio futbolístico sólo han dado 8.980 entradas a nuestro equipo. Y 1.350 son para los empleados de la SAD y los compromisos de los delincuentes que nos robaron el club hace casi 25 años. Otras 950 serán para las peñas y, el resto, o sea, 6.680, para repartir entre los más de 40.000 socios.
Mi hermana tiene un abono total con un número inferior al 11.000. Y yo tengo otro abono total. El lunes, 30 de abril, estaré como un clavo en las taquillas del fondo norte con un fajo de euros para comprar las entradas y pillar un vuelo a la final más rojiblanca de nuestra historia.

lunes, 16 de abril de 2012

Partido por teléfono


Rayo 0 - Atleti 1

Ayer jugaba el Atleti en Madrid, en el barrio de Vallecas, en ese campo con un muro en uno de sus fondos que le da un aire absolutamente periférico, obrero y muy de fútbol auténtico. Vamos, aquí al lado. Y nos vendían el partido como un derbi de titanes que se jugaban la posibilidad de entrar en Europa. Hasta de Champions hablaban algunos... en fin. Lo cierto es que el Rayito y el Atleti (o lo que sea la Sociedad Anónima a la que seguimos como si fuera nuestro equipo de toda la vida) tenían la posibilidad de asegurarse la categoría una temporada más. Y eso fue lo que se vio. Dos equipos muy duros que no pegaban tres pases seguidos, con unas defensas férreas y muy poca llegada.

La verdad es que el menda lerenda no tenía demasiado interés en verlo, pero como uno es así de cernícalo, jugueteando con el móvil busqué en internet como sin querer y acabé conectando con Vallecas en directo. Curioso, muy curioso, ver un partido que se está jugando al lado de mi barrio por teléfono retransmitido por dos mexicanos vía satélite a través de internet. Y me dio por pensar lo paradójica que es la vida. Para ver un partido que se juega en mi ciudad me tengo que conectar por internet con un país mexicano al que envían las imágenes desde Vallecas para que ellos me las reenvíen a mi teléfono en Villaverde. Vamos, que las imágenes llegaban después de atravesar el Atlántico en viaje de ida y vuelta. Y se veía fenomenal. Y se oía muy bien. En el teléfono, lo juro. Impresionante.

Y me enganché al partido justo cuando Curtois sacaba con la manopla un cabezazo a bocajarro de Tamudo que se colaba cerca de la escuadra. Paradón del belga cedido por los ingleses que el duoprescrito malvenderá a algún fondo de inversión catarí para que acabe en Concha Espina o algo. Poco más pude ver. Y ya digo que la conexión era buenísima y las imágenes y el sonido llegaban con nitidez. Pero es que no hubo mucho más a excepción de un remate de cabeza que Mario Suárez, sólo en el área pequeña, estrelló en Cobeño. El resto, pelotazos, más pelotazos, rebotes, más rebotes, a duras penas tres pases hilados en el centro del campo y más interrupciones.

En la segunda parte, y tras disfrutar de una sesión mexicana de anuncios televisivos, me entró el sopor. Bajé el volúmen del móvil y subí el de Buenafuente en su estreno televisivo. Así veía el partido y oía en la tele grande los diálogos de uno de los humoristas más críticos y excelsos en el arte de la televisión. No pasaba nada en el teléfono, cada vez se me iba más la atención a la televisión. Hasta que una jugada rapidísima con un patadón raso hacia Falcao en la línea divisoria y su amago en carrera hasta hacerse con la pelota justo a tiempo para regatear al pobre Cobeño (menuda salida) sirvió para meter el único gol del partido, para llevarnos los tres puntos, para que el Tigre volviese a rugir, para rentabilizar los 45 millones con el gol número 22 en Liga (el resto del equipo ha marcado los otros 22), para subir la cotización del colombiano que tiene los días contados en nuestra SAD (como Adrián, como Diego, como Arda, como...). Y ahí se acabó todo.

Seguí viendo el móvil mientras pensaba en el viaje que tenían que hacer las imágenes, en las paradojas de este mundo globalizado y ultracomunicado, en la alegría increíble que me había proporcionado ganar a un recién ascendido por 0-1, en como cambian los tiempos y, sobre todo, en los periodistas deportivos que al día siguiente hablarían del intento de tapón que Sandoval le hizo a Diego para evitar el contraataque en un saque de banda y que, otra vez, como siempre, no se hablaría nada del desmantelamiento económico y deportivo del tercer club de España por títulos, por masa social y por ingresos televisivos que este año, como los diez posteriores al ascenso de Segunda División (increíble que bajáramos...) volverá a estar lejos del tercer puesto que le corresponde por presupuesto. Aunque a Gil Marín le premien como mejor gestor deportivo... que tiene huevos la cosa.

No me amargo más. Tres puntos que suman 45. Ya estamos salvados. Ahora habrá que jugarse la temporada a una sola carta, a la Europalí. Y este jueves es el primero de los tres partidos que realmente hay que ganar. Será contra el Valencia, a las 21:05 (joder, qué horarios, es para matarlos), el jueves que viene, la vuelta en Mestalla y, si el Atleti quiere salvar la temporada, la final de Bucarest contra el Athletic vasco o el Sporting portugués. El resto, las cuentas de la lechera, hablar de puestos, clasificaciones, puntos, matemáticas y cábalas varias para entrar en Champions (hay que tener jeta) y en Europalí (no está nada fácil la cosa) son milongas. Las mismas que hablar de fichajes para la próxima temporada. Ya sabemos que saldrán diez jugadores y entrarán otra docena. Es la función de nuestro equipo, servir como agencia de compra-venta de profesionales. El resto, lo de ganar títulos, no es rentable para los bolsillos de los ladrones que tenemos en el palco.

En fin, Atleti, para lo que hemos quedado.

viernes, 13 de abril de 2012

Mi enfermedad

Llevo más de un mes desaparecido del blog. Excusas mil. Especialmente de ubicación. En este tiempo he estado en Costa de Marfil, Marruecos, Bilbao, Burgos, Salamanca y casi en Portugal. Siempre pendiente del Atleti. Por la tele, por los mensajes del móvil, por twitter @santiriesco, por feisbuc y en el Calderón, cuando andaba por la villa y corte coincidiendo con algún día y horario imposible de esos que les ha dado por regalarnos a los de la liga bancaria sin que el dúo prescrito diga esta boca es mía. Me cago en sus muelas.

El miércoles, a las diez de la noche oiga, desafié a la lluvia, al cansancio, al desastre liguero (veníamos de perder con el Levante -domingo a las doce del mediodía-) y no pude resistirme a la argumentación de mi embarazadísima esposa: "¿Y si ganáis?" Buff. No me imagino ganar a los vikingos después de una docena de años y estar viéndolo por la tele en casa. Me corto las venas. Total, que mis hermanos me cosieron a guasás telefónicos y acabé plegándome ante el ofrecimiento de un bocata descomunal de jamón del bueno en pan estupendo con una capita de tomate aliñado con ajo al punto. Todo acompañado por unas patatas fritas de marca, de las buenas, y un donuts de chocolate como colofón. Es que merecía la pena ir sólo por estar con mi familia y por el cenorrio previo al choque. Y para el Calderón que me enfilé.

Pancartas
Como mi abono está encima del Frente Atlético, pues no pude ver hasta el día siguiente las pancartas que fueron sacando los chavales. Pero ví las que había a mi alrededor. La de los dos turcos que siguen a Arda Turan con una sábana donde se lee "Forza Atleti. Arda", la de los que están deseando salir en el "Tomate" futbolístico de "Cuatro": "Manolos, os cambiamos un minuto de tv por nuestras novias" , una genialidad gaditana sostenida por un grupo de cachondos con un trozo del quince: "Uds. tenéis a Cristiano, nosotros una tajá como un piano... pisha". Y la que más hondo me llegó, una sencilla tela blanca con grandes letras en rojo colocada en la curva de las peñas históricas del club: "Mi enfermedad".
Hoy, buceando por la red, he visto el mosaico en el que participé levantando mi cartulina roja (cuando me toca la blanca, ni se me ocurre tocarla). Y he podido leer algunos de los mensajes que los chicos del Frente Atlético fueron sacando a medida que el partido se desarrollaba. De todos ellos, me quedo (y pongo aquí) el que mejor resume la actitud del Real Madrid (y de todos los equipos que han dejado de interesarse por los títulos, el fútbol y los valores tradicionales ligados a este espectáculo).


El cáncer
Sin duda el cáncer del Atleti es la S.A.D. gestionada por dos delincuentes como Gil Marín y Enrique Cerezo. Dos tipos siniestros que han sido condenados por haberse quedado con el club al convertilo en Sociedad Anónima sin poner un chavo. Una condena que no se ejecutó (vamos, que no devolvieron un duro y se quedaron con todo) porque el delito había prescrito (mierda de Justicia. Somos un país del cuarto mundo que nos creemos potencia. Damos pena).
Desde que estos delincuentes y ladrones de guante blanco, balances tuneados, paraísos fiscales y empresas interpuestas robaron el Atleti, nuestra enfermedad, esto se ha convertido en un verdadero cáncer terminal. Por el equipo pasan cientos de jugadores, entrenadores, intermediarios, chupópteros, rapiñeros, representantes, negocietes turbios... y los resultados son lo de menos. De hecho, no hay resultados. Da igual que no ganemos al Real Madrid en el Calderón desde hace 13 años, da igual que no entremos en Champions (este año es posible que ni siquiera alcancemos la Europalí si no eliminamos al Valencia y ganamos la final en Bucarest), no importa que cada temporada desmantelemos el equipo y fichemos ocho o diez futbolistas mediocres que tapan la progresión de los canteranos (igual de mediocres, pero más baratos y de la casa). El caso es trincar comisiones, llevarse la pasta que genera una S.A.D. disfrazada de club de fútbol que se aprovecha de los sentimientos de generaciones y generaciones de rojiblancos a los que nos cuesta acabar de creernos que esto ya no es el Atleti, que esto es sólo un disfraz, una tapadera, un negociete de dos colegas que se están forrando con nuestra enfermedad. Malditos hijos de puta. Tenía que decirlo.

Dicho lo cual. A seguir padeciendo, aunque ganemos, la dictadura de los sinvergüenzas. Y mientras, los atléticos, cruzados de brazos y cantando el "Madridistas, hijos de puta". A ver si nos damos cuenta, pronto y todos, de que los hijos de puta están en el palco, no en Concha Espina.

Otro día insistiré en el asunto de la competición adulterada (el Madrid nos saca ¡40 puntos! y el segundo al tercero ¡28 puntos!).

¿Dónde está mi Atleti?