
La panda, para los menos duchos en rojiblanca materia,
son los delincuentes del palco: Gil y Cerezo. Dos tipos condenados por robar y
estafar a los socios legítimos del Club Atlético de Madrid así como por otras
vilezas cometidas al amparo de la Sociedad Anónima Deportiva en la que transformaron
nuestro equipo en cuanto pudieron, en 1992. Aunque ellos llegaron cinco años
antes engañando con malas artes constitutivas de delito. Un juez condenó al
padre de Calam, de Gil Marín, por apropiación indebida. El mismo juez condenó a
Enrique Cerezo por su complicidad necesaria. El delito prescribió y no tuvieron
que devolver los casi 2.000 millones de las antiguas pesetas que jamás
ingresaron en las cuentas del Atlético de Madrid por quedárselo y hacer de él
su cortijo. Así funciona la banda, la panda, los amigos de Wanda.
Hoy se descuelgan con el nuevo nombre para el nuevo
estadio: “Wanda Metropolitano”. Y aunque sea lo de menos, sirve para despistar
a los nuevos. Aprovechando el acto nos cuentan que el escudo también ha sido
retocado pensando en los nuevos tiempos. Y sin cortarse un pelo proyectan un
diseño para ojos rasgados con la osa mirando a Oriente, al otro lado, como
ellos cuando alguien les recuerda su pasado, su presente, su ladino modo de
enriquecerse con el corazón secuestrado del aficionado. Pero insisto, sólo son
cortinas de humo –que no señales- para que no se hable de lo importante. De que
no era necesario cambiar de estadio; de que el sueño de Gil padre era pegar el
pelotazo inmobiliario; de que al principio cambiábamos el borde de la M30 por
el de la M40 y el equipo ganaría pasta gansa para pagar sus deudas y fichar
canela fina; de que luego era estadio por estadio; de que ahora el equipo se ha
endeudado con un magnate mexicano para sufragar las obras de un campo con
nombre chino que los madrileños no necesitamos.
Lo de menos, ya digo, es el cambio de nombre, de
escudo y hasta de estadio. Lo de más, queridos amigos, es que los delitos
prescriban, que los delincuentes sigan en el palco y que se lucren con nuestros
sentimientos sin poderles denunciar por maltrato, violación y secuestro.
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