viernes, 9 de diciembre de 2016

Wanda y la panda



Lo de menos es que al estadio de tu equipo le cambien el nombre por un patrocinio comercial, aunque a ti te suene a chino. Lo de menos es que te tengas que cambiar de campo sin necesidad porque al que vas desde que tienes uso de razón (y que cumple 50 años) no se le ha hecho ni una reforma seria y es carne de pelotazo ladrillar. Lo de menos es que cambien el escudo del club de tus amores sin pedir la opinión de los aficionados. Lo de menos, ya digo, es que te traten como a una puta y que, además de no abonarte el servicio, tengas que pagar tú la cama. Así estamos los del Atleti por culpa de Wanda y la panda.
La panda, para los menos duchos en rojiblanca materia, son los delincuentes del palco: Gil y Cerezo. Dos tipos condenados por robar y estafar a los socios legítimos del Club Atlético de Madrid así como por otras vilezas cometidas al amparo de la Sociedad Anónima Deportiva en la que transformaron nuestro equipo en cuanto pudieron, en 1992. Aunque ellos llegaron cinco años antes engañando con malas artes constitutivas de delito. Un juez condenó al padre de Calam, de Gil Marín, por apropiación indebida. El mismo juez condenó a Enrique Cerezo por su complicidad necesaria. El delito prescribió y no tuvieron que devolver los casi 2.000 millones de las antiguas pesetas que jamás ingresaron en las cuentas del Atlético de Madrid por quedárselo y hacer de él su cortijo. Así funciona la banda, la panda, los amigos de Wanda.
Hoy se descuelgan con el nuevo nombre para el nuevo estadio: “Wanda Metropolitano”. Y aunque sea lo de menos, sirve para despistar a los nuevos. Aprovechando el acto nos cuentan que el escudo también ha sido retocado pensando en los nuevos tiempos. Y sin cortarse un pelo proyectan un diseño para ojos rasgados con la osa mirando a Oriente, al otro lado, como ellos cuando alguien les recuerda su pasado, su presente, su ladino modo de enriquecerse con el corazón secuestrado del aficionado. Pero insisto, sólo son cortinas de humo –que no señales- para que no se hable de lo importante. De que no era necesario cambiar de estadio; de que el sueño de Gil padre era pegar el pelotazo inmobiliario; de que al principio cambiábamos el borde de la M30 por el de la M40 y el equipo ganaría pasta gansa para pagar sus deudas y fichar canela fina; de que luego era estadio por estadio; de que ahora el equipo se ha endeudado con un magnate mexicano para sufragar las obras de un campo con nombre chino que los madrileños no necesitamos.

Lo de menos, ya digo, es el cambio de nombre, de escudo y hasta de estadio. Lo de más, queridos amigos, es que los delitos prescriban, que los delincuentes sigan en el palco y que se lucren con nuestros sentimientos sin poderles denunciar por maltrato, violación y secuestro. 

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