viernes, 5 de mayo de 2017

El miércoles, milagro


A Berlanga le iban más los jueves, pero eso era en 1957 y en blanco y negro. El genio cinematográfico del humor se inventó un milagro con el que llenar el pueblo de gente.  A nosotros no nos hace falta. El milagro es el Atleti y, desde que llegó el Cholo (otro milagro que merece capítulo aparte) el Calderón se llena para animar a los chavales. No importa lo que pase, insisto, porque el milagro es que un club al que le han caído por todos lados y las ha visto de todos los colores en sus 114 años de historia, ahí sigue. Vivo, muy vivo. Y coleando. Que últimamente, desde que han cerrado algunos accesos para que deseemos fervientemente trasladarnos a la Peineta, las colas son tan gloriosas como nuestras milagrosas y alegres rayas colchoneras.

El miércoles, contra los tres goles de los prepotentes y ostentosos vecinos, habrá milagro. Aunque no ganemos. Aunque empatemos. Aunque no pasemos. El miércoles, el Calderón, se despide de las competiciones europeas en una semifinal de Champions (la sexta de toda nuestra historia y tres han sido en los cuatro últimos años. Sí un milagro. El del Cholo, que ya he dicho que es capítulo aparte).

Yo creo en los milagros porque los he visto. Y porque me ha tocado disfrutarlos muy lejos, no como la final de Copa que le ganamos a los insolentes e incoloros vecinos de la selección mundial en su estadio. Ni como la Europa League que nos trajimos de Bucarest en un partidazo contra un gran Athletic, no. Hablo de milagros serios. De ir perdiendo 0-3 al descanso contra el "dream team" de Cruyff y acabar 4-3. Ese milagro me pilló en Perú. Hablo de más de una década arrastrándonos en cada derbi y recibiendo un gol antes del minuto cinco para caer derrotados y, de repente, en un bar lleno de negros vestidos de blanco, en Mozambique, celebrar con mi camiseta del centenario una victoria que rompía una racha que parecía eterna. Fue la primera temporada del Cholo, lo dicho, el señor de los milagros. Hablo, insisto aún a riesgo de ser pesado, de vivir milagros en la distancia, o en un avión rumbo a Bolivia jugándonos el pase a otra final de Champions contra el Bayern de Guardiola. Y llorar abrazado a una aeromoza cuando me confirma que el Atleti ha fallado un penalti (cómo no), pero ha marcado y, aún perdiendo, ha pasado. A esos milagros me refiero, a ganar 4-0 en nuestro estadio casi al mismo equipo que viene el miércoles. A no poderlo ver porque hasta la noche no encienden el generador de luz en Toko-Toko, al norte de Benín. En recibir una llamada de teléfono de mi hermano enloquecido y saltárseme las lágrimas en mitad de la sabana, con mi camiseta del Atleti, saltando ante la mirada de cientos de lopkás asustados. A esos milagros me refiero. El miércoles lo veré en algún punto de Sudáfrica acompañado de un misionero comboniano que también es del Atleti. Su primer mensaje de whatsapp al ver mi foto de perfil fue el siguiente: "Ya somos dos. El miércoles nos deshacemos del Madrid. Lo vemos seguro. Aúpa Atleti".

Cómo no voy a creer en milagros si somos el Atleti, un auténtico milagro.


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